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Bruxismo

Abro los ojos después de haber dormido toda la noche, bien, y analizo el día por delante: tengo que levantar, duchar, secar, vestir, cepillar los dientes, desayunar, salir, dar unas clases, tomar unas clases, volver, leer, revisar correo, pensar… pero de repente me doy cuenta de que cierta tensión habita en mí ¡¿Pero en dónde?! (una profesora me dijo alguna vez que no hay que usar signos de exclamación y de pregunta a la vez, pero ¡¿por qué no hacerlo?!) En dónde, entonces, radica dicha tensión, me pregunto; y paso a analizar mi anatomía y registrar caso por caso (es decir: órgano por órgano) {Téngase en cuenta que sigo acostado sobre la cama y bien cubierto por sábanas, frazada y acolchado [porque es invierno (uso el tiempo presente para acercar la narración más a los lectores -ustedes!- pero no quiero que este relato dé la sensación de estar sucediendo en este preciso momento -porque no es así-)]}

Primero los dedos del pie: se sienten fríos, como siempre a esta hora, pero relajados. Las piernas: nada fuera de lo común, son piernas. ¿La cintura? ¡Atención! Nada: está todo perfecto, cómoda porque tengo un buen colchón. ¿Tensión en los genitales? Jamás escuché hablar de algo así, pero podría pasar: no, tampoco; todo más bien fláccido y adecuado. El estómago: sin actividad relevante. Los brazos: desenroscados y en diversas direcciones. Llego al cuello: funciona bien, sin tensión en los músculos, buena deglución. Sigo subiendo y ¡ahí está el problema!: la mandíbula.

¡Echale aceite!

Entonces llegamos al nudo del asunto, aunque el verdadero nudo está en el casi inexistente espacio entre los dientes. El material se encuentra solidificado y el espacio entre muela y muela alcanzó un carácter virtual y se pasó de largo: la mandíbula es un cascote, un paredón contra el que la lengua insiste en castigarse sin encontrar ningún resquicio que le permita llegar al otro lado, a los labios tantas veces lambeteados.

Bruxismo deriva del griego βρυχω (bruxo): morder. Y así me despierto yo: mordiendo mis propios dientes.

Hasta que un día decido que no va más. Y cambio el hábito.

Diente libre y feliz.