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Apoyo contraescolar

Hoy es 24 de marzo, una fecha más, pero que a todos nos resuena. Los Rayos no queremos caer en lugares comunes, sin embargo sí nos parece pertinente dejarles esta nota que abre un debate sobre la transformación. Ya fue escrita hace un tiempo, pero que no encuentra mejor día para ser publicada que hoy:

Quizás, amigos míos, esto sea un resumen de Bourdieu, pero el que avisa no traiciona.

El concepto apoyo escolar está mal rotulado (en cada afirmación que enuncio  tiemblo ante su falta de veracidad y su excelsa verosimilitud). Claramente en la situación de jóvenes de clase media ayudando a hacer la tarea a niños provenientes de estratos populares (siempre me gustó la idea de que el pueblo sea lo pobre) hay una conexión con lo escolar. Pero considero que la relación es más parecida a la de una batalla que a la de un apoyo.

Básicamente -perdón si hiero subjetividades de actores de mundos encantados- la función de la escuela es elegir a los elegidos (sí, Pierre, plagio). Hacer todo lo posible porque los triunfantes en el sistema académico sean aquellos que estaban destinados clasistamente a serlo. Por eso, a pesar de que la universidad sea pública, el público que la observa es bastante uniforme, por no decir homogéneo.

¿En que se basa esta elección? En diversas cosas -cualquiera que haga una unión causal unicausal les está contando un cuento de hadas-, ejemplifiquemos algunas: todo aquel que se sienta en una universidad es porque creyó que debía hacerlo, porque su círculo cercano lo había hecho o

porque durante generaciones se habían acercado a este logro y era el momento de alcanzarlo; probablemente tenía en su cabeza que con el mérito algo se logra; algún que otro libro en la casa; un espacio donde estar tranquilo para estudiar, memorizar y, si la suerte lo acompaña, reflexionar; tiempo para no estar trabajando; cuando era chico había preguntado a alguna cosa “¿Por qué?” y le habían regalado una serie de razones fomentando el pensamiento racional; había leído en los manuales algo del padre en la oficina y de “Where are you going to go next holydays?” y alguna relación con la realidad de progenitores no desocupados le permitió cierta capacidad de abstracción y aprendizaje. Todas herencias de clase.

Entonces, las ventajas son visibles, y la escuela continúa segregando. Ahí aparece la educación popular tratando de mostrar una cotidianidad diferente que intentaría cubrir ciertas falencias de la escuela, que son el corazón mismo de la institución. Convirtiéndose entonces en una lucha contra ella, contra todo lo que la escuela toma de lo que está por fuera de ella para excretar lo indeseable del círculo de los elegidos, dando un apoyo contraescolar. Intenta, en el mejor de los casos, compartir subjetividades, construir vínculos afectivos, vivir experiencias significativas y transformadoras en una relación entre pares. Esencialmente: felicidad.

También aparece ahí un desencantamiento de los “profes” que invitan a sus otros amigos del círculo de clase media a ver que el mundo no es como lo decían los manuales y que su esfuerzo académico poco de esfuerzo tenía y que ya estaba escritos en los sagrados libros de las predestinaciones sociales. Por eso la tarea de los chicos se termina convirtiendo en una excusa para generar una construcción de lazos sociales mermados, probablemente desde los anales de la historia.

Los peligros de que en estos espacios se repliquen las estructuras sociales son muchos, simplemente porque existen hace años y la transformación es más lenta de lo que los ansiosos militantes del ejercicio de la felicidad esperamos. Las posibilidades de que el “profe” reafirme su condición de elegido, dominante y diferente, e intente que el educando se parezca más a él para entrar en la cultura meritocrática es grande.

Entonces, ¿ahora qué hacemos?

“La explicación sociológica es normalmente insufrible” R. Sidicaro.