La historia es un tanto triste y por respeto a Emilio no vamos a decir de cuál de los rayos se trata.
Corrían los primeros años del milenio cuando nos dieron a elegir, siendo inocentes infantes, en que disciplina queríamos forjar nuestros ya bastante esbeltos cuerpos. El Galgo Galende fue a gambetear con sus chocolatosos pasos el campo de fudbol. El Intrépido Palacios fue a sentir el hermoso sudor de otros cuerpos torneados en las canchas de rugby. El Burro Lapidus intentó llegar más lejos con el atletismo sin notar que la pista daba vueltas. El Dr. Hirsch, eludió y saltó con sus bolas en la mano en el handbol. Con unos rotos pantalons de jogin El Cineplástico Zajdband se fue con los menos, homúnculos que no saben bailar, a Ciudad Universitaria, donde programaba nuevos sistemas operativos para los árboles.
El Turco Jurado y Jony quisimos ser los tiburones del asfalto y dominamos la pelota picadora en el basquedbol. “Pero que dominancia al flagor de la batalla! Que picancia, que saltancia! Discípulos de Maiquel Yordan, Robert Redfor y Enrique Santos Discípulos.” comentaba la tapa de La Nacion en septiembre de 2005.
Fue efímero, rápidamente la rótula de Emilio se transformó en rúcula, cosa que pasa en la mayor parte de los seres humanos sin que nos demos cuenta. Pero Emilio era vegetariano y sabía lo que era la rúcula. Ahora voy a dejar de nombrarnos a todos por respeto y voy a contar otra historia.
Había un vegetariano al que le gustaba la rúcula. Sabía lo que era. Un día su rótula se transformó a rúcula. En adición, el tenía una fantasía sexual con las rodillas. Fue así como en el medio de abrazos fogosos se comió su rodilla a lamidas cortas.
Un cartel de S.A.F aparecía en sus sueños como luz de neón. El basquedbol se escapaba de sus dedos como arena. Fue entonces cuando apareció Azcurra y lo acogió en sus brazos, lo amamantó y lo hizo crecer hasta que sus alas tuvieron la suficiente fuerzas para salvar al pueblo judío.
Epelbaum.
Hoy Azcurra le entrega el diploma de Licenciado en Letras a alguno de nosotros.