Uno de repente se ve envuelto en un mundo de costumbres, no puede evitarlo: a veces las piensa, pero al no encontrarle mucho sentido; se compra un 2×1 en Freddo, como para superar la angustia. Al terminar ese pote, todo sigue igual, pero el helado acalló a las bestias internas.
Vivimos en una época de aplausos automatizados. ¿Cuántas veces quise no aplaudir un mal espectáculo para demostrar mi indignación, pero vi como mis manos actuaban solas, movidas por esa fuerza compulsiva del auditorio? ¿Por qué nos enseñan a aplaudir como símbolo de demostración de aprobación?
A ciencia incierta, no sabemos cuándo fue el primer aplauso. Aunque -por suerte para nosotros-, mucha gente dedica sus vidas a comparar bebés humanos con pequeños monos; para ver dónde empiezan a marcarse diferencias y tratar de entender nuestros orígenes. Se sabe que un hombre de 15 meses de edad, tiene el mismo desarrollo que un chimpancé al nacer; lo cual explicaría por qué nos cuesta aprender trucos a tan corta edad. Así, no se observa a ningún primate aplaudir con la misma finalidad que lo hacemos nosotros, a menos que se les haya enseñado mediante alguna recompensa. Sí se observa que lo hacen al estar asustados o querer llamar la atención de quien les da la comida. En el caso de los bebés, se ve que aplauden al estar emocionados por algo, principalmente una teta.
El aplauso pertenece al grupo de las exteriorizaciones del cuerpo, como serían también toser o estornudar: acciones que se creía eran la manera que tenía de expresarse el estar poseído por alguna fuerza ajena, pero que sin embargo pueden desarrollarse concientemente. Por mucho tiempo fueron asignadas propiedades mágicas a este acto, tal fue así que en 1990 Krishan Bajaj inició un culto al aplauso en India, bajo la teoría de que el haber aplaudido 20 minutos al día había curado su glaucoma y que contenía un potencial curativo aún mayor.
Aplaudir es mucho más complicado de lo que se esperaría de un acto, en apariencia simple: siendo vital para el correcto desenlace del mismo, comprimir y explotar una pequeña burbuja de aire contenida entre las manos del ejecutante. Un niño requiere de muchos años de práctica para poder hacerlo correctamente, y el pobre no sabe ni para qué. Simplemente quiere encajar.
Con todo esto, el aplauso tiene dos caminos posibles: si bien es iniciado por un individuo, rápidamente se contagia al resto para llenar el ambiente, o si no consigue la energía necesaria para expandirse, ha de desintegrarse; si no ¿por qué una audiencia no puede sostener un aplauso lento? Se desvanece, o consigue ese estallido mágico e imparable.