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Caminando por China me compré un robot

En otra de esas aventuras aptas solo para cándidos literatos y charlatanes visionarios, separada de la realidad nada más que por la frágil barrera de las comillas, me encontré caminando por calles anegadas de orientales no uruguayos como Osvaldo, escapando de la intimación terrorista de los teóricos del absurdo y mirando vidrieras escritas al revés. Hasta ahí iba todo normal, paseo típico de vacaciones surrealistas en continentes alejados más allá de nuestras fronteras, con un guía que oficiaba de traductor, cámara al cuello, bermudas y sandalias beige, gorra temática y un asombro exagerado por cosas insignificantes de la vida cotidiana, en el shopping del momento.

Pero todo cambió, me fui acercando a vos, con suma precaución, midiendo cada paso retorcido en mi interior, enroscando historias inventadas, historias soñadas, copiadas tal vez, en una actuación que supera al Oscar al rey del drama, mirándote, esperando que me mires descuidada, rozándote al pasar, sintiendo tu perfume disimuladamente entre gente paseando excitada, acechando como caniche a pelotita de tenis.

No me animé.

Empecé por tratar de hacerme notar, me emborraché, canté por la calle y en la ducha, hasta me pasee con el calzoncillo a rayas por el hotel, forcé encuentros casuales y compre mascotas de pelos rizados. No puedo más. Cada vez que me acuerdo me pongo a llorar.

Me retiré, retraje mis pelos rizados a una clásica raya al medio, el futuro es sombrío y soy puro nervio, parezco un disturbio, aunque ya no lloro a veces suspiro, y en mis paseos ya no me acompaña un guían color beige, tan solo una sombra de frustración.

Freno y sigo.

Y después ya ven, soy Clark Kent, aunque algunos dicen que soy el producto más bruto del PBI.

Te volví a encontrar por aquellas calles paseando en monopatín presidida por una orquesta de vacas danzantes (o de vacas disfrazadas porque dudo que con sus cuerpos macizos, tengan la flexibilidad del baile) al son de Miguel Mateos. Me desconcerté, lo normal hubiese sido que yo estuviese cantando con esas vacas, así que me asusté. Cruzamos miradas, una interacción mucho más íntima que la permitida con extraños, por lo que nos tomamos de las manos y caminamos sin mirarnos ya, sin hablar, sin saber a dónde íbamos pero si por dónde. La gente seguía excitada a nuestro alrededor,asombrándose por todo, mirando para todos lados, otros (muchos) absortos en sus comunicaciones y esquivando obstáculos como con los ojos vendados, niños que corren divertidos, niños que se corren entre archivos y expedientes de adultos, producciones de Hollywood, gente hablando con almohadas que no responden, y nosotros, rebosantes de satisfacción en nuestra propia imaginación. Hasta que el camino se nos terminó. Nos miramos, sonreímos, soltamos nuestras manos y nos fuimos uno para cada lado.

Yo me compré un robot con el que paseo por Bacalao’s Beach.