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Como si los 90 nunca se hubieran ido

Estaba en mi crucero en aguas internacionales, disfrutando de sushi norteamericano, con mi sunga de leopardo metido en el jacuzzi, mirando a mis chicas bailar, con sus tangas de Bob Esponja, con las caras de Michael Jordan y de Bugs Bunny en cada una de las tetas, o con Mufasa rugiendo entre cachetes firmes y pulposos, y pensé en la posibilidad de comprarme un helicóptero.

Pero ahí me di cuenta de que no estamos más en los 90, así que me fui al quiosco y me compré un chupetín de coca, pero que no pega. Qué feos que son los caramelos de anís.

Volví a mi casa. La hora de reflexionar llegó, como llegan las dos o las 3. Pero no me di cuenta y se me pasó. Fui nadando perrito a través de mi gigante bañadera (si no lo sabes, tengo una tremenda bañadera donde la podemos pasar muy bien), hasta que llegué a la tele y me puse a ver Mi Pobre Angelito. La verdad, es una gran película. Seguramente todos fantaseamos alguna vez con que nos pase algo similar y resolverlo tan magníficamente, o anotar un doble estirando el brazo cual cartoon.

Si bien es cierto que cuando hablamos de los noventa (90), el propio término se contradice con la historia, no podemos negar que nos ha dado mucho material. Somos producto, de alguna manera, de historias como las de Dexter y su laboratorio o como la de Ash y su amigo Pikachu. Quién no quisiera tener una mascota capaz de electrocutar a todos.

Tan solo quería compartir estos recuerdos, mostrarles con esa (–>) imagen los años que han pasado de nuestras infancias, y que sepan que tengo una tremenda bañadera y una sunga de cebra.