Ayer, martes 20 de marzo, recibimos una llamada de la producción de The Wall en Buenos Aires. Los Rayos estabamos charlando asuntos de suma importancia y, la verdad, nadie los quería atender. Intentaron unas cuantas veces, hasta la última llamada, desesperada, que viene del teléfono personal de Rogelio. “Vamos, que alguien lo atienda, pobre pibe”. Terminamos accediendo a cubrir el recital.
¿Por dónde empezar? Lo primero que me llamó la atención fue la subida de blacberris. Al último recital que asistí, fue el de Calle 13 en el Personal Fest, y no se veía un mundo de blacberris en alza. Pero es anecdótico. Para comenzar realmente debo aclarar dos cosas: primero, soy Jonathan Epelbaum, me hago cargo de todos los odios que pueda llegar a ganar por esta nota; segundo, fue uno de los shows más imponente, increible, soberbio, supremo, sublime de mi vida (adjetivos con i y s). Pero no me atrevo a decir “eso es un recital”, el show se comía al concierto por todos lados.
Me cuesta mucho escribir esto, por un lado se me hacía un nudo en la garganta al escuchar esas canciones que ya me venían emocionando hace años, al ver esas fotos que conmovían hasta al más frío de los seres humanos; pero por el otro decía “¿Qué me vendés revolución por 500 pesos, Rogelio?“. Vendés revolución en el tercer mundo a medio sueldo mínimo la entrada. Las fotos de militares muertos en batallas, niños de diferentes religiones, niños famélicos, niños de tonalidades por debajo de un gris medio (los niños siempre garpan y mientras más oscuros mejor), no me cierran, menos exhibidos a una población que se le llenan de lágrimas los ojos al verlos en esas seguras y hermosas fotos (las fotos del show eran inigualables), y, si afuera encuentran chicos en las mismas condiciones, los llaman “wachiturros” porque “negro de mierda” ya no da. Está bien, a todos nos suena raro la dedicación a las madres y abuelas, pero lo respetamos, pero a Ernesto Zapato, que fue Ernesto Sábato y yo pense que era Emiliano Zapata -alguien atrás mío gritó, viva la resistencia-, y… al menos gracioso.
Pero de vuelta, aparece Rogelio cantando “Run Like Hell” o muy probablemente, actuándola sobre un CD y te volvés loco, con un chancho gigante en el aire y efectos de sonido y fuegos artificiales y luces y pantallas HD y una pared enorme y comprás. La animación de The Wall te sigue poniendo los pelos de punta y con la definición esa, sin palabras.
Finalmente, un montón de sentimientos contradictorios, pero mucha emoción. Sí, no hace la revolución y gana plata haciendo como si esos fueran sus ideales. Pero podría ganarse el pan transmitiendo cosas mucho menos críticas y teniendo una calidad mucho peor, está bien, está bien, te aplaudo igual. Más por haber terminado tocando la trompeta.