Ahora bancátela, bancate que cada minuto me parezca el mejor y el peor del mundo, que quiera comida picante, que me enamore decinueve veces por viaje de colectivo, que tome treinta cafeses y sesenta omeprazoles para que bajen, que grite y baile y llore, que ría en la escala de Richter, que no pueda estar sentado más de dos minutos, que crea que para volar lo único que necesito es una mirada, que, por sobre todo, sea un Rayo.
¿Qué esperás de la esteabilidad emocional de un joven que fue educado bajo Los Motorratones de Marte, Doug, Streetshark, El Mundo de Bobby, Catdog, Los Castores Cascarrabias, Ay! Monstruos, Rocko’s Modern Life, Dos Perros Tontos, Oye Arnold, Los Rugrats, entre otros? Pequeñas drogas gráficas administradas diariamente que hoy nos hacen vivir con el amor de Helga Pataki y la voracidad de Ripster (si no te acordás quiénes son guglialo). Cada vez que me subo a un auto espero que haga como la moto de Vinnie Cooper y súbitamente despegue hacia los cielos. Después me culpan a mí por las multas.
Ahora no podemos estar un domingo sentados, porque en los dibujos animados nadie para para comer, para leerse un libro, para ir al baño. ¡Levantad las banderas de la motricidad! Un poco paradójicamente, ya que horas nos han inmovilizado frente a ellos.
Para terminar -disculpen si se me pianta un lagrimón-, quiero pararme a aplaudir a estos amigos: Tito Valentino (y chuletas), Filburt (y spunky), Gerald, Modo, Jab, Krumm y Carlitos; porque sin ellos ninguno de estos sueños sería posible.