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Desde el balcon.

Frunce los orificos nasales, tensa la comisura de los labios, las lleva hacia abajo. Resultado: un simpático rictus de asco surcado por unas pocas arrugas que se atrevieron a llegar retrasadas entrecruzando manchas amarronadas.

Se peina los cabellos blancos para atrás, pega un pequeño tironcito de los shores de baño cortos, a la vieja usanza, a su usanza, esa que sabe quedarse ahí justo, donde parece que van a aparecer esas gónadas caídas. No puedo irme de ese shore todavía, ese shore que se sostiene justo abajo de una panza hinchada por años de esfuerzo, birra y asado, que lo hace parecer un embar-asado; ese shore de cuadrillé azul que deja ver su piola blanca y se toma bien a pecho la idea de ser shores, bien shore.

Pero basta ya, no lo puedo quedar en la tension del shore, les pega un leve tirón, y se sienta en un pequeño banquito en el balcón enrejado de la avenida Cabildo. Abre sus piernas, apoya sus antebrazos en ellas quedando inclinado hacia adelante con su cara de asco. Se saca un mocor de la nariz.

Se peina las canas. Se rasca la barbilla a lo Marlon Baldo, digo Marlon Brando, digo Don Corleone. Su mirada se dirije a la esquina. Cinco uniformados de la policía federal con sus respectivas armas reglamentarias en el cinto, pala y pico en mano, agujerean la calle. Dirigen su mirada hacia el pozo que atacan violentamente como si fuera un zurdito.

¿Alguien me explica que está pasando?

Avishai Cohen estoy escuchando ahora, nunca lo escuché, trompetista, después les digo qué onda.