Me calcé mis zapatos de goma, guardé en la mochila mi libro de filosofía barata, mi tarjeta Sube y encaré hacia mis clases de amor y de bacha (dícese del lugar destinado al lavado de ollas, sartenes y otros utensilios de cocina, así como también de platos y copas; El bacha, hace referencia a la persona encargada de la administración del mencionado espacio). Se preguntarán donde está la conexión entre ambos tópicos, y es lógico porque a primera vista no tiene gollete esta dupla cognitiva; Pero, queridos lectores de Los Rayos, lo cierto es que es en esos espacios que parecen antros de perdición (y que muchas veces lo son), en los cuales surgen con todo su esplendor y bañadas en espumas que rinden por cuatro, las más grandes y sutiles reflexiones sobre la existencia cotidiana de los hombres.
Cuestión que iba caminando por la calle, prestando atenciones subalternas, mirando gente preocupada con problemas sin solución, con soluciones a problemas que no tienen, cuando de golpe, asaltado por la poesía, me cuestioné la asistencia a mis clases. La verdad, se convirtió en un problema que me llevó bastante tiempo (o tal vez no tanto, porque me colgué en historias sin fin, o en un sinfín de historias, no me acuerdo muy bien), creo que porque no tiene solución, ya que si bien existe la posibilidad de dejar mis clases y finiquitar aparentemente el tema, el problema está en mi cabeza; y ahí, es difícil resolver la esencia de aquel problema.
Pero tuvo algo muy positivo ese momento el que me perdí dentro de mi cabeza y en pensamientos universales, puesto que me permitió darme cuenta que somos
(Los Rayos somos) literatura al cuadrado y al cubo, porque somos un cuadrado con tres dimensiones y efectos especiales, por eso te hacemos feliz.
Así que deja los problemas de lado, no tienen solución, se feliz, lee Los Rayos.