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En el nombre de la ciencia

Nunca tomo miorrelajantes, pero había sido demasiado; necesitaba poder apagar todo y cerrar, aunque fuera por un rato. Toda esa opresión, esas caritas…

Jamiroquai sonaba de fondo, “Pongo música fuerte, así no escucho lo que pienso”, decía ella -queriendo encontrar algún escape para lo que estábamos haciendo-. En realidad, yo sólo miraba, porque tenía que aprender y así algún día poder ocuparme de todas esas muertes.

Se terminó por configurar una sucesión de eventos llenos de onomatopeyas irreproducibles. Siempre amparado bajo el velo protector de la ciencia, y el fin último de ser académicamente solvente.

Uno reconoce su propia hipocresía al comer carne, pero no querer matar a la vaca: dependemos de ese alguien que realiza el trabajo sucio. Esta vez no se come lo que se mata, sino que se apunta al avance para ampliar nuestros conocimientos y -con mucho huevo y compromiso- capaz salvar alguna vida.

"Dale, dale, pulso firme y cuando escuchás el zazya está"