La sede central de la policía federal;
una señora coqueta hablándole a un sticker gigante pegado en una vitrina del papa Francisco a través de la reja que lo resguardaba o encerraba;
a un joven con una tensión infinita entre su prolijidad y su desprolijidad: zapatos mocasines, pantalón de vestir grisáceo claro, camisa celeste cubierta por un chaleco, su cara lampiña y mofletuda, su pelo con una esmerada raya al costado. Pero su pantalón era mínimamente más grande de lo que uno esperaba, los botones eran incoincidentes con sus ojales por leves milímetros, sus cachetes no respetaban la simetría axial, sus paletas aparecían asomadas debajo de su labio superior y todo su cuerpo parecía haber crecido curvado para la izquierda. De su mano izquierda le salía un apéndice, un mínimo ser humano súper abrigado, inflado por el aire de su campera, que salta con ambas piernas juntas, el bribonete.-escuchó que nuestro personaje dice “muy bien _Don Francisco, _muy bien, lo felicito” mientras se dirige al pequeño;
el Congreso Nacional, con una pantalla enorme, enorme, en donde se puede ver el mundial, pero las 3/4 partes están rotas entonces solamente se pueden ver algunos flancos -intento adivinar quien juega;
en la plaza desde donde se ve la anterior pantalla dos hombres escupen simultáneamente y al unísono -pienso “eso es amistad”.
la cafetería cerrada y en quiebra hace años, El Molino;
el hotel, El Molino;
el hotel, El Savoy -pienso en Virus;
un estudio jurídico quebrado con un portón de chapa y candados, con letras enormes en amarillo anuncian lo que son sobre el fondo rojo;
la sede central del PC, enorme opulenta en pleno centro, con letras amarillas sobre el fondo rojo;
militantes del partido obrero en una esquina, con letras amarillas sobre el fondo rojo en una tela que cuelga de un poste anuncia quienes son, me muestran fervientemente un pedazo de papel prensa que parece querer decir alguna verdad sobre algo;
la sede central del PSOL con letras verde y negro sobre blanco, enorme y opulenta en pleno centro;
el café los galgos abierto y hermoso;
el café Starbucks, enorme y con un estilo señorial en pleno centro;
el hotel Bauen, que ahora es un café entre otra cosas, con hojas A4 en sus paredes que, en letra arial negra con negrita, anuncian “PANTALLA GIGANTE” -para ver el mundial, pienso;
el café Martinez, al que le pintan su fachada del color de una almendra pelada -huelo pintura fresca;
una peluquería, a la que le pintan su su fachada del color de una almendra pelada -huelo pintura fresca;
una casa de antigüedades con mucho cristal y relojes de péndulo;
un señor que se pelea con otro, gesticulan, gesticulan, gesticulan, uno entra a un local de baratijas -creo escuchar “con literatura, con literatura te voy a demoler”-, del mismo toma un paquete envuelto en papel de diario, amenaza al otro con su cuerpo, se tiran unos manotazos. El del paquete lo desenvuelve. Es una torta. Se la arroja al segundo. Sí, como en los dibujitos, y estalla por los aires cuando impacta y todo. Todo. Un tercero los separa;
a una señora de rasgos orientales lleva una cantidad de bolsas enormes, no sabe como equilibrarlas entre sus brazos. Las apoya, cambia todo de lugar y sigue su camino exactamente igual;
mi reflejo en muchísimas vidrieras con un mechón arremolinado;
baldosas;
los rulos de una chica rubia con el pelo larguísimo, llega a la banqueta del café en donde estudia;
la mirada de la chica de rulos que se cruza con la mía;
un hospital con palos incrustados en su puerta;
un pantalón sin ser humano que lo rellene, de jean, y donde va el cinturón tiene una soga de nylon atada;
la sede de la policía aeroportuaria;
el edificio de aguas argentinas con sus intestinos de aluminio y lana de vidrio desplegados en un volquete en su puerta;
la puerta de mi casa.