ESCENA I
Casa palermitana, a media tarde. Luz natural en declive ilumina el escritorio emperifollado de libros. En un sillón, JORGE BORGES (70 años, pelo finito y blanco, mirada nebulosa) tiene las manos una sobre otra sobre un bastón entre las piernas débiles; el gesto elevado y la boca entreabierta, como olisqueando el aire.
Se asoma MARÍA KODAMA (25 años, mirada despierta y asiática) por la puerta que da al pasillo.
MARÍA KODAMA: Georgie, me voy a comprar un ibupirac porque me duele el tórax.
JORGE BORGES: Sí, andá… no te veo bien.
Ríen. KODAMA sale. Suena el cerrojo de la puerta de calle y vemos a BORGES levantarse dejando el bastón en el piso; se asoma al pasillo con cautela y mira; vuelve hasta el escritorio sin trastabillar y abre las hojas polvorientas de Condorito Completo. Pasa un dedo sobre las siluetas de Huevo y Condorito, como acariciándolas.
Fin de la ESCENA I.
Así empezaría una película que intentara trasponer al fílmico el sentimiento que me aqueja: la angustiosa y rutilante certeza de que Borges no era ciego… se hacía.
¿No decía, acaso? ¿no se cansaba de decir que él, más que un buen escritor, prefería considerarse un buen lector? Dime de que alardeas y te diré de qué careces. En verdad, nuestro tan aplaudido Borges era analfabeto; la tan recurrente ceguera, además de emparentarlo con afamados e internacionales poetas como Homero, Milton, Steve Wonders, Ray Charles, corría la atención acerca del verdadero hecho: nunca había aprendido a leer.
Acumulaba y acumulaba libros para, como el fragmento de guión lo demuestra, entretenerse con los dibujitos. ¿Nadie se preguntó por qué no paraba de echar loas sobre la Enciclopedia Británica? ¡Estaba repleta de ilustraciones para pasar el rato!
Por supuesto, el detalle de Condorito Completo es de carácter ficcional. Aunque no lo descarto, tampoco podría asegurar que Borges lo frecuentaba. Sí he recibido de fuentes precisas que estuvo subscrito a la Fierro, pero sólo por unos meses ya que “tenía muchas letras”. Asimismo, Dr. Bob asegura que oyó a Borges alardear de que compraba la Playboy “porque le interesaban los artículos”. En fin, las versiones abundan.
¿Hay que tomar esta revelación como un escándalo? Para nada; todo lo contrario; se trata de mostrar una oportunidad -muchas- ¡Argentina, tierra de las oportunidades!, en donde incluso un no-alfabetizado puede alcanzar el primer puesto en la vertiginosa pirámide de la literatura nacional. ¡Albricias!