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La ruta del azúcar

Seguramente esperarán que viniendo de mi, con mi prosa interpersonal, desenredada en exceso, y con el título que anuncio, una breve reseña sobre el camino que la sacarosa, más comúnmente conocida como azúcar, hace en el cuerpo luego de entrar por la boca o la nariz. 

Pero no mis queridos seguidores de Los Rayos, tampoco les voy a contar sobre La Ruta del Azúcar en Tucumán (estaría bien que la hagan) ni los voy a incitar a reflexionar sobre su propio accionar inconsciente, no; hoy vengo a contarles una historia que tal vez podría haberme pasado a mi, pero que le pasó a alguien que no me es ni siquiera cercano, que apenas conozco, pero que me llegó al corazón. Y no es Beto.

Hace un tiempo, decidido a creer que las cosas debían ser como eran, me crucé con un tal Lucio, quien muy tranquilo caminaba hacia mi con sus bolsa de caramelos ácidos. Pensé en ese momento en Kikunae Ikeda, y si habría algo similar en los caramelos ácidos, porque si bien no tienen glutamato, es bastante difícil dejar de comerlos. ¿Será porque nos gustan sentir esa involuntaria contracción muscular que viene muchas veces con un leve cosquilleo?

En fin, como les decía, veníamos en ese Dían ferpecto caminando en direcciones opuestas, prontos a chocarnos, él con sus caramelos, yo sin nada, pero con un montón de preguntas en la cabeza (¿Qué costilla se le habrá roto primero a Michael Jackson cuando el médico lo quería revivir? ¿Messi no será Goku disfrazado?), cuando una luz (que debo confesar que al principio pensé que era un relámpago) me cegó por completo. Ahí estaba él, no Lucio, no Pedro, sino Hugo, el creador de “El Intituto de Hugo”.

Charlamos un rato, me felicitó por nuestro proyecto, me dijo que le pareció muy interesían la nota sobre Beto, y sobre los receptores nicotínicos que confunden las moléculas de sacarosa con volutas de humo.  Así que pensé en escribir al respecto.

Meeeee caigo y me levanto!

Meeeeeee caigo y me levanto!

Me caigo, ¿me levanto?