Hace ya mucho que no lo veo, pero lo escucho día y noche, al despertarme, antes de dormirme, mientras leo, mientras como, es lo primero y lo último que escucho. Lo que si veo son esos glúteos apretados, esas piernas largas, sus cuerpos fibrosos cubiertos de escasas ropas, que con las cámaras lentas parecen gelatinas de brillante sudor, o esos cuerpos amorfos que tras un grito desesperado lanzan las balas, los discos, ilusiones y frustraciones. Mientras, Gonza (si me permitís decirte así, lo cual implica una cierta confianza que no tenemos, ya que no nos conocemos), nos pasea por distintos sectores del estadio central o incluso por distintas partes de la ciudad.
Es esa cosa rara que tienen lo juegos Olímpicos. De golpe te encontrás a las 3 de la mañana viendo nado sincronizado, disciplina que ni sabías que existía, pero que te parece genial; o miras a aquellos que se tiran a la pileta y pensas, Que loco que tirarse desde muy alto a una pileta sin salpicar sea la profesión de alguien, no?, pero lo que no sabes es que ese salto de pocos segundos, tuvo atrás 4 años, si 4 años, de preparación, de un enorme sacrificio seguramente. Y además de descubrir deportes, ves convivir a consagrados deportistas, como Isinbayeva (a quien no veo sino cada 4 años, saltando con su garrocha, deporte al cual me he hecho aficionado y que algún día me encantaría hacer, sobre todo con ella), con jóvenes que hacen sus primeros pasos, como si fuesen amigos de toda la vida, como si fuesen Gonza y yo, o Gonza y vos. Recién veía a no se quien, a alguna atleta del mundo, durmiendo en el piso, con los pies sobre un banco y un buzo sobre la cara y recordábame durmiendo en la terminal de alguna ciudad, como podría ser en Esquel, o en Mina Clavero, Ella también podría, si duerme en medio de un estadio con miles de personas mirándola y otras tantas gritando, como no dormir por ahí.
Vemos entonces ese compañerismo, esa amistad (por lo menos eso aparenta) que genera un parate en un mundo en crisis, revolucionado, revolucionario, donde los problemas parecen quedar a un lado y se recupera un instinto fraternal. No se sabe que pasa en el mundo ni que le pasa a esos que por la tele se emocionan luego de saltar o correr, pero nos emocionamos con ellos, nos ponemos nerviosos y hasta le gritamos a la pantalla como cuando no te cobran un claro penal en la play (que te hace pensar si es parte del realismo del juego o si es una falla del mismo).
Son todas esas extrañas sensaciones encontradas que despiertan los Juego Olímpicos, las que nos hacen amigos Gonza.