Y es que a todos nos llega ese momento en el cual la perdición originaria renace, apoderándose de nuestros cuerpos distraídos y obligándonos en un acto sublime a lanzar con todas nuestras fuerzas y energías aquel pebete que tanto deseábamos hace instantes.
¿Por qué lo arrojamos? ¿Qué se esconde detrás de ese acto desafortunado? Pues bien, la aparición de un tercero. Y esta aparición, que no se si llamaría repentina, nos pone frente a una disyuntiva de carácter nacional. No se encuentran en muchas partes del mundo, de hecho creo que solo tal vez alguna provincia alejada como Uruguay (Osvaldo, yo sé que vos comes triples de miga) los tiene, los tan queridos sanguches de miga, lo cual su consumo es, en cierta forma, la defensa de un proyecto de país más inclusivo. Hay quienes no pueden dejar de ingerir uno tras otro los triples de miga (“comes más miembros masculinos que triples de miga”, dijo algún poeta cotidiano) en desmedro del pebete. Debemos continuar con nuestra militancia por el triple de miga.
El sanguche de miga te acompaña en todos los viajes, te saca del paso, te hace creer en una sociedad mejor, más blanca y alegre, sin costras incómodas de comer y resecas. El triple, tiene todo lo que uno puede pedir, simpleza y liviandad.
Y yo te digo, ¡Colgá el pebete! Dejáselos a Pelé o al padre Grassi, defendamos nuestro país y consumamos desmedidamente sanguches de miga, etéreos como el amor, suaves como la seda.
Por un país con más triples de miga!