Es casi un honor nacional (“casi” porque somos uruguayos) haber llegado hasta esta instancia: la nota número 7 de Los Rayos. ¿Cómo llegamos hasta acá?, ¿qué pasó en el medio?, ¿dónde quedó el control remoto?, ¿dónde quedó el control remoto de Julio López? Son preguntas que nos aquejan, no nos dejan dormir y nos producen marxismo.
Creo que habría que agradecer, antes que nada.
Gracias.
Creo que, después, habría que comentar un poco y tirar algunas anécdotas enternecedoras sobre la composición de nuestro grupo; como cuando el Administrador propuso digitalizar nuestro ADN para que pudiéramos ser reproducidos en el futuro de forma mayorista y luego vendidos en once. La aventura terminó con todos nosotros apretujados en un sulki, rumbo a Morón. Lo que pasó en el medio es banal y será reutilizado por Suar para alguna telenovela o película que le pegue y haga millones, pero que, luego de años, la crítica y el público en general reconocerán como un total fracaso, una mancha en la historia del entretenimiento pueril y fascista.
El 007 no es simplemente un número también son tres. Y, tal vez, el nombre de un agente secreto (ese agente que te enamora y a la vez quiere matarte, o canjear tus órganos por un bono consumición en La pulpería del cotorro). Esta nota es, quizás, el quid de la problemática política de los medios de comunicación, las relaciones de poder que emergen de ellos y la noción absoluta de Verdad; o tal vez, no.
El 007,0 simboliza, quizás y con seguridad, la concreción, el alcance de una meta que nadie se había propuesto pero con la que todos soñábamos babeando sobre la almohada. Ya babear sobre la almohada es un objetivo. Ese sueño profundo del que despertás sin entender nada y que te hace sentir un Rayo de verdad; como dice la milenaria tradición shaolin: “Chảy nước dãi là bước đầu tiên hướng tới sự hoàn hảo, là một ngọn hải đăng”. Frase que recuerda la memorable escena de Kung Fu, en la que una luz despierta a Wan Chan al rayar el alba bajo un bosque de arrayanes mientras suena Ray Charles en su walkman (porque es un retromántico) y la novela de Ray Bradbury se le resbala de la panza. Salta y la cabeza no le para de girar: es un trompo, una tómbola, una calesita, un rueda de bicicleta que le arrulla los tímpanos con el zunzun de sus Rayos. Llegar a la nota 17 es una sensación parecida a ésta, pero cien veces más fuerte. La nota dos fue noventa y ocho veces menos fuerte.
Estamos ya finalizando de escribirla y poco nos queda de ropa en este fervor excitante producto del epílogo de una cruzada de tal magnitud. ¿Qué más se pudo esperar? Hubo guerra, amor, extraterrestres, enseñanzas shaolin (después tiene un hijo que se llama Peter y se hace policía de Estados Unidos y no dispara armas y tira Rayos lasers por la pierna -¿no era que no disparaba?- y ahora te cierra todo, ¿no?), hay policiales y chimentos sobre Susana Gimenez.
La escritura y purificación y publicación de Los Rayos es constante y cansadora, pero no descansa: una nota por día, escritura en conjunto y al instante; si el mercado del entretenimiento no deja de producir basura tras basura haciendo que dudemos de su verdadero valor basuril, entonces nosotros continuaremos escribiendo y produciendo hasta dar la vuelta completa. Vamos a seguir tecleando frenéticamente la computadora hasta que salga algo valioso en esta pantalla dicroica.
Recibimos continuamente la respuesta de miles de lectores que se comen los mocos y se acercan a contarnos sobre el último debate que tuvieron de la recién publicada nota de Los Rayos. Eso es lo que nos llena de alegría y soberbia y chocolate.
¡Vos! Vos que te comiste los mocos después de leer la última nota, no te quedés atrás: escribí la tuya. Pero publicalo en otro espacio, este es nuestro. ¡Rayooooooos!
Estuvo bueno mientras duró…
eso es lo que ella dijo.