Olavarría estaba húmedo. Ese día al entrar en el terreno de mi casa en Olavarría, lo sentí diferente. Toda mi vida vivía acá. No sé bien dónde queda, pero las casas siguen siendo bajas, los vecinos nos seguimos saludando y yo fumo pipa. Antes del umbral de la puerta que transforma a mi casa en una casa y no en un bloque infranqueable, hay pasto y tierra, tierra seca color caqui, ese color que usan los gringos en los shores que se anteponen a sus medias y pasto color violeta, como el de todos los pastos.
Olavarría se olía diferente, aspiré una gran humarada de mi pipa llena de pinocha, mi vecino levantó la mano en forma de saludo. Yo me baje los pantalones e hice cual hélice de helicóptero con mi miembro viril.
Olavarría, que extraño se sintió ese día. Mientras daba un par de vueltas a la cerradura de mi puerta, que transformaba mi casa en una casa y no en una carpa de hippie que vende innecesarias y antiestéticas artesanías compradas en el once y a eso lo llama libertad, no sé a qué iba, perdí el hilo. Ese día aspiraba humo de mi pipa rellena de yesca para que prendiera más rápido y ocultara el olor a mierda, de la mierda que había en la pinocha de la última vez que había encendido mi pipa.
Olavarría. Mi única y amada Olavarría, dónde carajo quedará? Qué bien que suena! Como St. Germain y su disco Boulevard.
Los amo, manga de efímeros.
Larga vida a Los Rayos y a la leche, larga vida.