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Salamín, quesito.

Ya no sé qué escribí y qué no. Al ritmo de los clicks. Un poco de magenta y un poco de azul o cian. Vuelvo un poco más frío todo y me mantengo arriba, casi en un highkey  pero no, al límite.

Repito el movimiento de mi pierna derecha una y otra vez picaneada por el teclado íntimo en su falta de aislación eléctrica. Revuelvo puertas para que se me caiga una idea de climas, de fuerzas, de energías, de lo que sea que sea. No son contoneos, no. Son movimientos espasmódicos, quiebres, rupturas y reconstrucciones.

¡Ahora sí! Vamos a que se entienda más. El disco es genial, te lleva de un lado a otro, te hace bailar. Electrónico amigable, desencriptado, se acerca a vos para hacerte bailar. Tiene unos artedetapa increíbles, uno por canción. Y te da un ritmo. Un tiempo, para todo lo que estés haciendo, te va llevando, te va paseando por emociones y sincronismos que sólo Bresson entendería.

Salamin, quesito, The Fall.