¿Qué..? Ah, perdón, no te escuchaba… esperá que me saco los tapones y, sí… ahí sí, decime…
Es que, influenciado por las subrayadas recomendaciones de Fermín Lapierna, pasé a taponarme los oídos cuando ando por la vía. Subte, colectivo, tren, a pie o en alpargatas; cuando estoy en casa y por la calle; en el cine, tomando una clase o dictándola; siempre, siempre, siempre deambulo y porto audífonos. ¿Para qué? Para preservar. Porque, sí, queride lectore de Los Rayos: si algo estamos destinados a hacer -como un Mandato metafísico que nos baja del cielo en forma de dedo índice intimidador, hasta aplastarnos contra el suelo como huevos poyé-, si algo estamos destinados a hacer, eso es PRESERVAR.
¡Preserven, pibes, preserven! Preserven lo que más quieran: ballenas, ballenatos, gallinas; preserven las uñas y los dientes; preserven estampillas, antiguedades, caligrafía y miñaturas; presérvense a ustedes mismos, ¡perseveren!
Y, de vuelta, me tapono…