Esto no se apaga, esto no se calla, yo te susurro al oído como viejo desenfrenado, que Los Rayos te pegan una vez y te dejan turulato.
Me hice un chapati. El otro día una de esas mujeres que le gusta decir verdades me dijo “Uno (uno son todos, es vos, es yo, es ella, es michael, uh, tan fría como un esquimal, yo sé que estamos mal, pisamos la banana para atrás) cuando se va de viaje se adapta a ciertas situaciónes que en la ciudad no podría aceptar”. A mí a veces me sucede lo contrario, a uno le sucede, parece. Uno se adapta a viajar apiñado, a tener siete cosas que hacer en el mismo horario, a que le rompan las pelotas por boludeces, a que le hagan chistes que le parecen poco graciosos y reir por costumbre, a no saludar a desconocidos, a no ver colores tranquilizantes a la retina (el verde y el azul, colores que bien podemos encontrar en un viaje, producen un efecto físico sobre la retina que la hacen… podríamos decir vibrar… a mucho menor frecuencia que colores como el rojo y el amarillo que producen la ansiedad de cualquier local de una megaempresa), a no cocinar, a despertarse por ruidos y no por sonidos, a no ver a tus amigos en cada comida. Y lo deja pasar, uno lo deja pasar como diarrea líquida.
La colgue y se me quemó el chapati.